Psicoanálisis en los medios de comunicación

Este Ensayo fuè editado por Editorial Espacios en el volumen  Los lunes del Psicoanálisis, organizados en 1998  por la Secretaria de Cultura de la Nación, y realizados en la Biblioteca Nacional. realizados en la Biblioteca Nacional, (El psicoanalista massmediático

Este Ensayo fuè editado por Editorial Espacios en el volumen Los lunes del Psicoanálisis, organizados en 1998 por la Secretaria de Cultura de la Nación, y realizados en la Biblioteca Nacional. realizados en la Biblioteca Nacional, (El psicoanalista massmediático.
Si bien Freud no fue psicoanalista massmediático, se ocupó cuidadosamente de divulgar su obra. En la página 52 del Tomo XI de sus Obras Completas figuran, presentados por Stratchey, los dieciséis textos destinados «a médicos y legos», es decir al público; dato que podría utilizarse para defender las técnicas de divulgación pero es evidente que no es lo mismo divulgar la propia obra que las producciones de otros autores. Sin embargo, Freud pensaba de otro modo: el 12 de Noviembre de 1938 le escribía a María Bonaparte: «Siempre estoy dispuesto a reconocer, además de tu diligencia infatigable, la modestia con que dedicas todas tus energías a la divulgación y vulgarización del psicoanálisis» . La distinción entre divulgar y vulgarizar se anticipó a los posteriores aportes de las Ciencias de la Comunicación, que envolvería a ambos conceptos dentro del rubro de las técnicas diseminativas.
La divulgación es una práctica insertada en las condiciones de producción y difusión de los discursos; entre ambas instancias se generan inevitablemente reducciones y simplificaciones de polisemias, metáforas y metonimias. Desajustes imprescindibles cuando se decide transmitir a través de los medios los contenidos de una teoría; que no es lo mismo que «trabajar o actuar como psicoanalista» en los mismos, ya que estas actividades pueden realizarse sin pretender introducir lo que se caracteriza como núcleos teóricos.
Lo inevitable del reduccionismo y de la pérdida de matices no resultó inadvertido para Freud. Cuando Abraham recibió una carta de UFA FILMS, invitándolo a autorizar la filmación de Secretos del Alma, una película que intentaría poner en pantalla conceptos y técnicas del psicoanálisis, Freud titubeó. En 1925, Abraham le envió una carta informándolo y añadiendo: «Si nosotros no lo hacemos, seguramente, otros psicoanalistas con menos formación se arrojarán ávidamente sobre la presa.
Freud, a quien no se le escapaban los beneficios económicos que podrían resultar de la empresa, respondió: «El espectacular proyecto no me agrada (…) a pesar de lo cual entiendo que sus argumentos son irrebatibles a primera vista (…) El asunto puede discutirse . Mi principal objeción continúa siendo que no considero posible representar plásticamente -de manera respetable- nuestras abstracciones.» Tengamos en cuenta que el modelo propuesto para representar la represión, utilizado en la Conferencia de la Universidad de Clark, podría ser llevado a la pantalla colocando a un actor en situación de ser desalojado de la Sala de Conferencias para luego introducirlo por la ventana.
Los comienzos de la divulgación en Europa y Estados Unidos coincidía con el surgimiento de una nueva idea de público . Era la época en que se hablaba del human interest heredero de la literatura psicológica del siglo XVIII, que se expresaba en los periódicos a través de consejos referidos a moral y educación. Las ideas que Freud desarrollaba exponían públicamente intimidades del consultorio y de las relaciones familiares, algunas consideradas como secretos de familia. Al convertirlas en digeribles para su público, evidenciaba las transformaciones por las que atravesaba la familia burguesa, que paulatinamente articularía su privacidad, cada vez más disminuída, con sus actividades en la vida pública. Esta mínima referencia a los datos históricos no es ajena a los orígenes de la divulgación de los contenidos de la teoría psicoanalítica y, posteriormente, a la participación de los psicoanalistas en los medios de comunicación, de donde habría de surgir la expresión «psicoanalisita massmediático». En los comienzos de esta práctica (1957), se suscitaron numerosas discusiones protagonizadas por profesionales y psicoanalistas; una vez probado el éxito de esta metodología, otros psicoanalistas fueron invitados a participar en los medios y disminuyó la oposición: una corriente psi se incluyó en los mismos. Variables de distinta índole me permitieron iniciar la divulgación de los contenidos de la teoría psicoanalítica en los medios y estimo pertinente historizar el fenómeno antes de referirme al psicoanalista massmediático, ya que el tema apunta a quien «se autoriza» a iniciar a otros en psicoanálisis, habiéndose autorizado previamente como psicoanalista, sin contar con el beneplàcito o permiso de la institución psicoanalítica oficial.
El psicoanálisis, tal como se caracerizaba en la época en que comencé su divulgación (1957), se parecía a un punto fijo, vértice de una disciplina verticalizada, considerada de ese modo por quienes eran reconocidos como sus representantes máximos y verdaderos. Decidir que ese punto fijo podría transformarse y traducirse, volcando sus contenidos en redes plurales (periodismo escrito en su comienzo, tratamiento radial y televisivo posteriormente) parecía convertir al punto fijo en un nudo desajustado en la red. Lo que sucedió fue que, a través de la divulgación, algunos conceptos psicoanalíticos se instalaron en la comunidad, de modo que el psicoanálisis funcionó como un punto móvil, recreado por la gente. Cada cual propuso, desde su comprensión de lo que se divulagaba, el diseño de sus propios mapas interpretativos, ya fueran relativos a sus conflictos o a hechos de la cotidianeidad. Lo cual poco tenía que ver con la rigurosidad de la técnica o la teoría pero sí con la aparición de una nueva práctica que ponía en evidencia el dispositivo de poder que el psicoanálisis podía encarnar. Esto resultó notorio a través de la utilización popular de los vocablos propuestos por la teoría: maestros, padres y madres de familia, periodistas, funcionarios, comenzaron a hablar de Edipo, frustraciones, traumas, complejos y a agitar la importancia del binomio madre-hijo. En ese momento, no había amanecido entre nosotros la ley del padre.
Lo massmediático y el psicoanálisis
En un ensayo acerca del tema, Sergio Rodríguez afirma: «Como se dijo de Hollywood por metonimia del cine, los medios masivos de comunicación son ‘grandes fábricas de sueños’ destinadas a, parafraseando a Freud, proteger el dormir de los habitantes de nuestro afligido planeta. Y no se entienda esto como una crítica tonta a los medios. No es conveniente despertar a lo real de la vida mientras no se cuente con herramientas simbólicas eficaces para elaborar lo inmediatamente angustioso. Pero entonces, los sueños que fabrican los medios son los apósitos con que se taponan las heridas abiertas por la insuficiencia simbólica estructural, dicho en jerga psicoanalítica, por la castración de la cultura. (…) ¿Cómo hacer lugar en ellos al psicoanálisis cuya función es interpretar para despertar al durmiente y ponerlo a trabajar sobre lo que realmente escapa a sus deseos, desplazando y deformando su gozar?» Y añade una información que estimo clave en la evaluación del trabajo del psiconalista en los medios: «Este es el punto donde muchos psicoanalistas dimiten de la ética que anima al psicoanálisis para adaptarse a la que vitaliza a los medios. Se transforman entonces en dadores de consejos, pasando a ser personajes del sueño que sueña que se puede enseñar a vivir.» De este modo, posteriormente revisado, comenzó la divulgación entre nosotros.
En lo personal, conversando con Eliseo Verón, me advirtió respecto del posicionamiento «up down» en que me colocaba y la paradoja que producía: sugiriendo a los padres revisar el autoritarismo en la familia y en la escuela, yo daba indicaciones precisas, imaginando contribuir con la denominada «salud mental de la población». No obstante el resultado, que pudo evaluarse a través de los años, permite conjeturar que las reflexiones acerca de la necesidad de atender a los deseos de los hijos y oponerse a las violencias en la familia ingresaron en la conciencia y opiniones de la comunidad, sugiriendo otros procedimientos .
A través de los medios, el psicoanálisis emigra de su territorio, que parecería delimitado por la práctica destinada a producir textos y ocuparse de pacientes analizados, para generar una territorialidad con características propias; la cual sería producto de la diseminación en su variable difusión y divulgación, inventando una técnica que le permita dialogar con el conductor de un programa que lo invita o con un oyente televidente «en el aire», aludiendo a lo que otros no podrían aludir, es decir, escuchando y respondiendo como quien comprende desde una perspectiva psicoanalítica. Componiendo un discurso que intenta conectar a su interlocutor (público o conductor) con sus propios saberes y con sus apuestas no concientes; por lo tanto crea una territorialidad constituída por las normas que rigen las prácticas mediáticas, articuladas con cánones que el psicoanalista ha inventado, construído para expresarse como tal en un ámbito no previsto por su quehacer. El reduccionismo al que habrá de apelar en alguna oportunidad en que decida explicar un elemento de la teoría es una metáfora de su saber, al mismo tiempo que un apócope y una ficción audaz.
Puede resultar complejo imaginarse al psicoanalista en un escenario que no es el propio sino el de los otros, quienes manejan el canal de T.V., por ejemplo; escenario en el cual dispone de su discurso, atravesado por su imagen encuadrada en una pantalla/membrana y dependiente de lo que el director decida mostrar de su cuerpo, según sea el enfoque de cámara que elija. Lo que el público ve no es al psicoanalista sino lo que la mirada del director de cámaras decide mostrar: un primer plano, un perfil o una figura completa. Iluminado a giorno o en semipenumbra. Por su parte, quien conduce el programa será un otro visible, conocido o no por él; pero el público siempre constituye una alteridad numerosa e imaginada, instituyente del rating del cual dependerá su futura participación. Es un público desconocido, abierto, que promueve, por parte del psicoanalista, la necesidad de transformarse en otro para sí mismo, efecto de su relación con esa alteridad cuyas respuestas ignora: es la aparición de una falta que el psicoanalista convoca, piloteando un nuevo orden de la castración. A su vez, el psicoanalista no ignora que interviene en la subjetividad de quien lo mira y escucha; de este modo protagoniza una instancia en la cultura de la imagen en la cual su imagen adquiere un nuevo sentido, merced a la mirada-de-ese-otro-que-es-el-público. Más allá de su práctica en la interpretación, debe apelar al sentido original de lo que sea la hermenéutica, personificando a Hermes, portador de un mensaje, como diría Heidegger «traer mensaje y noticia antes que interpretar» . Mensaje es lo que el público espera, homogeneizado por lo que habitualmente la T.V. le da y si no lo encuentra en el discurso profesional, recurrirá al zapping, gracias al cual el psicoanalista podrá transformarse en un desaparecido. El zapping es una práctica de desinvestidura , una aniquilación que edpende de la mirada y el pulgar del televidente. El ejercicio del zapping es réplica del pulgar imperial con que algún emperador romano cancelaba la vida del esclavo o gladiador en la arena. Es un borramiento que nos incorpora en el orden de los borrados, determinados a incluirnos en el horror que implica saberse aniquilado, merced a nuestra participación en la pantalla. Imaginarlo torna ominosa la práctica televisiva, donde surge nuestra imagen, que pasa a depender de la decisión de otro para despoblarnos de la mirada con que el mundo nos acogiera. Para peor, ello lo produce alguien que está en sombra, real y alejado. El público es sombra mediatizante, mediatiza la comunicación entre dos instancias: el psicoanalista y quien le da oportunidad de expresarse, mostrarse. O sea, el psicoanalista queda posicionado de un modo que no parecía formar parte de sus incumbencias y ello no es ajeno a las evaluaciones que hacen otros psicoanalistas, poniendo la ética en cuestión. Se trata de una discusión pendiente, que ocuparía un espacio textual, desbordante de las posibilidades de este artículo; no obstante es posible anticipar que dicha discusión podría incluir el papel del psicoanalista como sujeto parte de una cultura que se caracteriza por las extrapolaciones de sentido y por su multiplicación. Este planteo abre nuevas posibilidades respecto de las objeciones canónicas a la divulgación de los contenidos del psicoanálisis, posiblemente asociados con la sensación de quienes puedan suponer que aquellos que divulgan «muestran lo que no se debe», como podría ser la teoría-madre, la exhibición de una escena primaria en la que el psicoananlista funcionaría como exhibicionista y quien leyera, mirara o escuchase, un público o sujeto voyeur, cuya necesidad de espionaje sería parcialmente satisfecha por la acción del divulgador. También se lo suele colocar en la posición del traidor, como si abriera la puertas de un recinto que sella un pacto de circularidad. Y aún de apóstata y ser imaginado como quien desea colocarse en posición de profeta (lo cual no es ajeno a la actuación de algunos/as divulgadores/as).
S. Moscovici añade: «Los sujetos que perciben la vulgarización del psicoanálisis como una decadencia, como un desgarramiento de la atmósfera mágica, razonan como si se tratara de un atentado a un dominio reservado del saber».
La psicoanalista mediática
Dado que el inicio del psicoanálisis massmediático estuvo a cargo de una mujer, parece pertinente advertir que la diferencia de géneros no fue gratuita respecto de las críticas ganadas por dicha práctica. Si se trata de una mujer la que accede a la T.V. , quienquiera que ella sea, impresiona como si protagonizara una visibilidad redundante respecto de su imagen, inevitablemente clasificada por algunos psicoanalistas como exposición histérica. Hay un otro que la exhibe -el canal de T.V.- mientras ella se muestra, encuadrando su energía pulsional en el marco dela pantalla, para decir desde allí su saber, impregnado de su ser sujeto mujer, lo cual será efecto de su conciencia de género o de su olímpico esconocimiento de la misma. Sin embargo, más allá de lo que ella haya estudiado al respecto, para quien la mira, ella es representante de su género: ese dato es lo que organia la mirada y la escucha del televidente. Su ser mujer funciona como anclaje de lo que dice y dirige la decisión del director de cámara, muy a menudo tentado de subrayar segmentos de su cuerpo (piernas cruzadas o escote) o su edad (primer plano que aumenta el tamaño de las arrugas y las prolifera) más que a atender a su discurso. Ese cuerpo enfocado, scannerizado, milimetrado por la mirada del director (casi siempre varón) es otro espacio público que en el origen de la divulgación escandalizó a algunos psicoanalistas y profesionales; probablemente reconocieron el registro de seducción que evidenciaba su eficacia a través de nuevos teclados: los que dependen del poncheo de quien dirige desde los controles. No obstante se trató y se trata de una seducción soft, light, cuya resonancia depende del remate que utilice la psicoanalista a través de su cara: si sonríe a cámara, buscando aceptación por parte del público o si habla diciendo lo que supone que debe decir sin negociar con la sorpresa o el rechazo de quien la mira en secreto (para ella).
Exhibirse en función de psicoanalista aparece sostenido por el exhibirse en cuanto mujer, lo cual implica (por lo general, aunque no necesariamente) un cuidado que atienda a la estética (de lo cual se ocupan también los hombres). Quien la observa en su pantalla seguramente escuchará lo que ella le dice pero si se trata de una televidente, no le pasará inadvertido su peinado o su ropa. Esa visibilidad quizá se acompañe con el deseo del público -o de alguno de sus miembros- que intenta adivinar en ella-parlante qué será lo que ella quiere, más allá de lo que dice. Pregunta que devendría desde el imaginario social, habituado a sospechar de las intenciones del género. O sea, se preanunciarían operaciones simbólicas específicas, no sólo a cargo de quien habla sino también de quienes miran. Estas operaciones simbólicas se inscriben -quizá atrapadas- en la canónica de los medios en los cuales lo inmediato es un valor máximo, así como la velocidad ritmada técnicamente. La inmediatez de una respuesta, calificada como intelectual o como inteligente, cuentan que fue patrimonio del género masculino; no obstante, cuando es preciso salir al aire con interlocutor desconocido (público) la psicoanalista, exhibe, desnuda, capacidades que históricamente no se le reconocían . Lo cual permite suponer un strip-tease mediático, cuando es una mujer quien trabaja con elementos del psicoanálisis, «verificada en su histeria», querrían decir algunos/as. Tal vez condense, para la mirada del público, esa imagen tradicional, con otra que lo es menos: la materna, tranquilizante si se ocupa de temas relativos a lo que se denomina niñez. Entonces, es preciso analizar el ejercicio del poder que resulta del uso prioritario de este tema, asociado con la vida de familia. La utilización de conceptos aportados por el psicoanálisis, con referencia a la relación padres-hijos, constituyó una de las claves del poder que adquirió la divulgación en sus comienzos.
Modos de participación

  1. Quienes asisten a radio y TV, disponiendo de un microprograma (5 ó 6 minutos o más en radio)
  2. Quienes son invitados para formar parte de un programa que conduce un periodista, como participante permanente (semanal o quincenal) para reflexionar acerca de la actualidad o eligiendo un tema según su criterio
  3. Quienes responden preguntas que les llegan opr tele´fono, ya sea en su micro o como invitado de otro programa
  4. Quien interviene en la dramatización actoral de un conflicto, señalando su dinámica .

También es conveniente discernir entre quienes:

  • Trabajan en los medios, es decir, cobran honorarios y
  • Quienes asisten gratuitamente porque les interesa hacer la experiencia, ya sea de modo sistemático o accidental.

Por lo general, se admite el segundo modelo, cuya práctica no comparto cuando se trata de un colaborador permanente, puesto que ese profesional actúa en calidad de trabajador.
En cuanto a las técnicas que pueden implementarse en TV o en radio, demandan tener en cuenta las características del medio. Recordemos la experiencia de Lacan cuando, invitado por ellos, se las ingenió para demostrar que el discurso psicoanalítico no era mediatizable en esas áreas. Es decir, eligió excluirse de dichas prácticas.
Sergio Rodríguez sugiere que, en caso de diálogo con un interlocutor «al aire» es conveniente «mantener abierta la pregunta pero de una manera distinta de la que se usa en el consultorio, aunque, la verdad sea dicha, relativamente. Debe sostener la pregunta de manera que facilite el fluir discursivo en el público. Se logra así mantener la ilusión de un saber, a la vez que el propio discurrir hace que el mismo se escurra permanentemente, dando lugar a nuevas intervenciones del público. El psicoanalista se oferta como «un sabio» posible, a la vez que no responde desde esa posición. La deja en reserva para hacer hablar a los interrogantes, ideas, recuerdos, mitos y prejuicios del público. Presiona así la ignorancia estructural de los seres parlantes, provocando que, en su evacuación, vayan encontrando sus propias modalidades de lidiar con sus problemas (modalidades del goce).»
Esta es una de las dimensiones posibles de la práctica psicoanalítica en los medios y corresponde a la denominada televisión participativa, acerca de la cual es posible abrir un área de discusión, ya que, a pesar de su eficacia en distintos niveles, suscita disidencias intelectuales. Aunque no se remita a la divulgación psi, interesa citar el texto de B. Sarlo : «El nuevo modelo relacional o participativo se instala en las grietas dejadas por la disolución de otros lazos sociales y de otras instancias de participación».
No obstante, podemos pensar en otras alternativas que, sin transgredir éticas ni recalar en consejos, permita incluir informaciones que resulten útiles a quien escucha, sin dialogar con el psicoanalista. Por ejemplo, cuando se describen determinadas conductas psicopatológicas o transgresoras por parte de los chicos. En ese caso, algunos colegas se indignan cuando los padres asisten a la consulta y comentan: «A lo mejor mi hijo tiene una fobia», considerando irrelevante tal acotación. Pero ese repudio podría relacionarse con la ilusión, por parte del profesional, de la existencia de una Edad Dorada de Padres en una Epoca Ideal en la que los progenitores carecían de información y llegaban a la entrevista en estado de gracia. Ese Paraíso Perdido por causa de la divulgación permite suponer cierto fastidio, temiendo la claudicación de la autoridad profesional; cuando en realidad el comentario materno permitiría enriquecer el diagnóstico vincular .
En algunas oportunidades, cuando se dan explicaciones a través de los medios, la escucha puede transitar por una pregunta existencial: «¿Quién soy?» y, de acuerdo con lo registrado, interrogarse: «¡Cómo! De acuerdo con lo que dijo ese psicoanalista, soy una depresiva!» La conjetura, apropiada o no, suscita una dimensión ligada con el ser de quien escucha, un referente que la sitúa siendo; no como alguien a quien le hablan de cómo está sino de quién es, funcionando como dato acerca de sí misma que, tal vez, sintonice cercano. A lo que debemos añadir el placer por descubrir «cosas» acerca de uno mismo, es decir, una erotización de esa escucha, incluida en la construcción de su subjetividad, a través de procesos identificatorios. Mecanismos que no necesariamente actuarían de modo tranquilizador, apaciguador o calmante sino que pueden surgir problemas de índole pulsional que integren lo escuchado de manera irritativa. Parece pertinente distinguir la aparición de estos datos en los medios (cuyo análisis reclama otros espacios) de las recomendaciones o informaciones que surgen de clases de moral, por ejemplo.
De estas informaciones, surgidas en los comienzos de la divulgación, resultaron innumerables consultas (niños y adultos) que fueron recibidas por los psicoanalistas, incluyendo a los que se habían indignado por la labor en los medios.
Suponemos que quien escucha-mira puede producir mecanismos identificatorios con aquello que se le dice y que lo sitúan no sólo como sujeto singular sino como sujeto colectivo, en tanto apeló a un medio de comunicación. A pesar de ello la respuesta que reciba no podrá ser excesivamente genérica (cuando se trata de un interlocutor directo) de modo que se sienta descolocado pensando que no se le responde. O sea, que la respuesta resulte singular aunque no estrictamente personal. Estos comentarios acerca de las modalidades, en manera alguna intentan normatizar o sugerir procedimientos: solamente clasifican algunos de los conocidos y apenas estudiados hasta el momento.
Resulta complejo analizar la tarea de un psicoanalista massmediático (si aceptamos dicha nomenclatura), excluisvamente «desde afuera», sin haber trabajado durante cierto tiempo en los medios. Porque las vivencias que resultan de la práctica no sólo son incanjeables sino que aportan alternativas para el diseño de la reflexión. Lo cual demanda incorporar el conocimiento de la liturgia de cada medio, en lo que hace a presentación y manejo de luces, colocación ante cámaras o micrófonos en radio, timbres de la voz, gestos, ropa, etc. A lo que debemos añadir que el psicoanalista se dirige a un público invisible, que sólo se evidencia cuando se enciende el punto de luz roja que se ilumina en la cámara con la que uno está siendo enfocado; o bien ante la señal que el operador emite desde la pecera (tablero de control) en los programas radiales. A partir de allí nos dirigimos a un público que, a diferencia de los alumnos o asistentes a conferencias, carece de respiración, no lo sentimos vibrar.
Si podemos trabajar en radio y televisión es porque imaginamos a ese otro, invisible y notoriamente presente, como una nueva construcción de nuestro psiquismo. Es decir, precisamos contar con otras lógicas articuladas con datos de las Ciencias de la Comunicación y cuyas nuevas magnitudes precisamos soportar; acomodando los ritmos del orden simbólico y del orden mediático, con sus características de actualidad, velocidad, inmediatez. Resignificar, reciclar la cultura que estuvo en nuestros orígenes y hacernos cargo de las contradicciones posibles, que no son ajenas a la extensión, apertura, volatilización, ensanchamiento de los sentidos. Y donde la alteridad ya no es sólo el analizando/paciente sino el radioescucha o el televidente, engendrados por una cultura que no era la que estuvo en la concepción freudiana del sujeto. «La nueva legitimidad es otorgada por las formas mediáticas», sostiene Alain Mons «y sobre todo por la imagen en el sentido amplio del término», entonces, se trataría de una legitimidad otra, diferente de la instituída en y por el psicoanálisis originalmente concebido; legitimidad que es capaz de re-situar el narcisismo, los mecanismos histéricos, la creatividad y el placer que producen los desafíos al orden convencional, al mismo tiempo que computariza los destellos de una ética que precisa algo más que la infalibilidad de las Tablas de la Ley.

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